Lima es una ciudad que se preocupa muy poco por el peatón. Y los puentes no son la excepción.
De hecho, la mayoría son fruto de la corrupción. Estas largas estructuras no son rampas para discapacitados. Su verdadera utilidad es utilizar todo el cemento y la mano de obra posible para pasarle una factura mayor a la municipalidad.
El resultado es puentes abandonados, que la gente se niega a subir por ahorrar el esfuerzo; o que son tomados por vendedores ambulantes, o que se han vuelto el lugar favorito de los delincuentes, debido a la falta de iluminación. Y tenemos puentes realmente terroríficos.